Unos 50 mil jóvenes esperaban hace unos días al Papa Francisco el encuentro que tendría con ellos en la ciudad de Asís.
Ante las preguntas preparadas por parejas, Francisco no duda en contestarle tratando todos los ámbitos de la vida que rodean a los jóvenes.
Os dejamos con sus palabras ya que pueden ayudarnos mucho en nuestro día a día:
¡Gracias por haber venido, gracias por esta fiesta! De veras: ¡esta es una fiesta! Y gracias por sus preguntas.
Me alegra que la primera pregunta haya sido de un matrimonio joven ¡un lindo testimonio! Dos jóvenes que han optado, que han decidido formar una familia, con alegría y con valor. ¡Sí, porque es cierto, se necesita ser valientes para formar una familia! ¡Hace falta valor! Y la pregunta de ustedes, jóvenes esposos, se enlaza con la de la vocación. ¿Qué es el matrimonio? Es una verdadera vocación, al igual que el sacerdocio y la vida religiosa. Dos cristianos que se casan han reconocido en su historia de amor la llamada del Señor, la vocación para formar de dos, hombre y mujer, una sola carne, una sola vida. Y el Sacramento del matrimonio envuelve este amor con la gracia de Dios, lo arraiga en Dios mismo. ¡Con este don, con la certeza de esta llamada, se puede partir seguros, no se tiene miedo de nada, se puede afrontar todo, juntos!
Pensemos en nuestros padres, en nuestros abuelos o bisabuelos: se casaron en condiciones mucho más pobres que las nuestras, algunos en tiempo de guerra, o en la posguerra; algunos emigraron, como mis padres. ¿Dónde encontraban la fuerza? La encontraban en la certeza de que el Señor estaba con ellos, de que la familia está bendecida por Dios en el Sacramento del matrimonio, y de que es bendita la misión de tener hijos y de educarlos. Con estas certezas superaron incluso las pruebas más duras. Eran certezas simples, pero verdaderas, formaban columnas que sostenían su amor. Su vida no era fácil: había problemas, tantos problemas. Pero estas certezas simples les ayudaban a ir hacia delante. Y lograron hacer una bella familia, a dar vida, a hacer crecer sus hijos.
¡Queridos amigos, se necesita esta base moral y espiritual, para construir bien y de forma sólida! Hoy en día, las familias y la tradición social ya no garantizan esta base. Aún más, la sociedad en la que ustedes nacieron privilegia los derechos individuales en lugar de la familia, estos derechos individuales, privilegian las relaciones que duran hasta que no surgen dificultades, y por esta razón a veces habla de relación de pareja, de familia y de matrimonio de forma superficial y equívoca. Sería suficiente ver ciertos programas de televisión: y se ven estos valores, ¿no? Cuántas veces, los párrocos – también yo, algunas veces lo he escuchado – oyen una pareja que viene a casarse: “Pero, ¿ustedes saben que el matrimonio es para toda la vida?”. “Ah, nosotros nos amamos tanto, pero…estaremos juntos mientras dure el amor. Cuando termina, uno por un lado y el otro por otro.” Es el egoísmo: cuando yo no siento, termino el matrimonio y me olvido de aquella “una sola carne” que no puede separarse. Es arriesgado casarse: ¡es riesgoso! Es aquel egoísmo que nos amenaza, porque dentro de nosotros todos tenemos la posibilidad de una doble personalidad: aquella que dice “yo, libre, yo quiero esto…”, y la otra que dice: “Yo, me, mi, conmigo, por mi…”: ¿eh? El egoísmo siempre, que regresa y no sabe abrirse a los otros. La otra dificultad es esta cultura del provisorio: parece que nada sea definitivo. Todo es provisorio. Como dije recientemente: pero el amor, hasta que dura. Una vez oí un seminarista – bueno, ¿eh? – que decía: “Yo quiero ser sacerdote pero por diez años. Luego volveré a pensar”. Pero… ¡es la cultura de lo provisorio, y Jesús, no nos ha salvado provisoriamente: nos ha salvado definitivamente!
¡Pero el Espíritu Santo suscita siempre respuestas nuevas a las nuevas exigencias! Y así se han multiplicado en la Iglesia los caminos para los novios, los cursos de preparación para el Matrimonio, los grupos de matrimonios jóvenes en las parroquias, los movimientos familiares… ¡Son una riqueza inmensa! Son puntos de referencia para todos: para los jóvenes en busca, para las parejas en crisis, para los padres que tienen problemas con sus hijos y viceversa. Pero nos ayudan todos. Y luego están las diferentes formas de acoger: acogida, adopción, hogares de acogida de diversos tipos… La fantasía – me permito la palabra – ¡La fantasía del Espíritu Santo es infinita, pero también es muy concreta! Entonces les quiero decir que no tengan miedo de dar pasos definitivos en la vida: no tener miedo de darlos. Cuántas veces he oído madres que me decían: “Pero, Padre, yo tengo un hijo de 30 años y no se casa: ¡no sé qué cosa hacer! Tiene una bella novia, pero no se decide…” ¡Pero, señora, no le planche más las camisas! ¡Es así! No tener miedo de dar pasos definitivos, como el del matrimonio: profundicen su amor, respetando sus tiempos y expresiones, recen y prepárense, pero luego ¡confíen en que el Señor no los deja solos! Háganlo entrar en su hogar como uno de la familia, Él los sostendrá siempre.
La familia es la vocación que Dios ha escrito en la naturaleza del hombre y de la mujer, pero también hay otra vocación complementaria al matrimonio: el llamado al celibato y a la virginidad por el Reino de los Cielos. Es la vocación que el mismo Jesús vivió. ¿Cómo reconocerla? ¿Cómo seguirla? Es la tercera pregunta que me han presentado. Pero, alguno de ustedes puede pensar: “pero, ¡qué bien este Obispo! Hicimos las preguntas y ¡tiene las respuestas todas listas, escritas!” Yo recibí las preguntas algunos días atrás, ¿eh? Por eso las conozco… Y yo les respondo con dos elementos esenciales, sobre cómo reconocer esta vocación al sacerdocio o a la vida consagrada. Primer elemento: orar y caminar en la Iglesia. Estas dos cosas van de la mano, se entrelazan. En el origen de toda vocación a la vida consagrada siempre hay una fuerte experiencia de Dios ¡una experiencia que no se olvida, se recuerda para toda la vida! Es aquella que tuvo Francisco, ¿no? Y esto no lo podemos ni calcular ni programar. ¡Dios siempre nos sorprende! Es Dios el que llama; pero es importante tener una relación diaria con Él, escucharlo en silencio ante el Tabernáculo y dentro de nosotros mismos, hablarle, acercarse a los Sacramentos. Tener esta relación familiar con el Señor es como tener abierta la ventana de nuestra vida, para que Él nos haga escuchar su voz, lo que quiere de nosotros. Sería lindo escuchar aquí a los sacerdotes presentes, a las religiosas… Sería lindísimo, porque cada historia es única, pero todas empiezan con un encuentro que ilumina en lo profundo, que toca el corazón y envuelve a toda la persona: afecto, intelecto, sentidos, todo. La relación con Dios no concierne sólo a una parte de nosotros mismos, sino que abarca todo. Es un amor tan grande, tan hermoso, tan verdadero, que merece todo y merece toda nuestra confianza. Y me gustaría decir una cosa con fuerza, sobre todo hoy: ¡la virginidad por el Reino de Dios no es un “no” es un “sí”! Por supuesto, implica la renuncia a un vínculo conyugal y a una familia propia, pero la base es el “sí” como respuesta al “sí” total de Cristo hacia nosotros, y este “sí” hace fecundos.
¡Pero aquí, en Asís no hay necesidad de palabras! ¡Está Francisco, está Clara allí, ellos hablan! Su carisma sigue hablando a muchos jóvenes en todo el mundo: muchachos y muchachas que dejan todo para seguir a Jesús por el camino del Evangelio.
He aquí, el Evangelio. Quisiera tomar la palabra “Evangelio ” para responder a las otras dos preguntas que me han formulado, la segunda y la cuarta. Una se refiere al compromiso social, en este período de crisis que amenaza la esperanza; y la otra se refiere la evangelización, llevar el mensaje de Jesús a los demás. Ustedes me preguntan: ¿qué podemos hacer? ¿Cuál puede ser nuestro aporte?
Aquí, en Asís, aquí cerca de la Porciúncula, me parece oír la voz de San Francisco, que nos repite: “¡Evangelio, Evangelio!” Me lo dice también a mí: aún más, en primer lugar a mí: ¡Papa Francisco, sé servidor del Evangelio! Si yo no logro a ser un servidor del Evangelio, ¡mi vida no vale nada!
Pero el Evangelio, queridos amigos, no concierne sólo a la religión, concierne al hombre, a todo el hombre y concierne al mundo, a la sociedad, a la civilización humana. El Evangelio es el mensaje de salvación de Dios para la humanidad. ¡Pero cuando decimos “mensaje de salvación”, no es una forma de hablar, no son meras palabras o palabras vacías, como tantas que hay hoy en día! ¡La humanidad necesita realmente ser salvada! Lo vemos todos los días cuando leemos el periódico, o escuchamos las noticias en la televisión, pero también lo vemos a nuestro alrededor, en las personas, en las situaciones…, ¡y lo vemos en nosotros mismos! ¡Cada uno de nosotros tiene necesidad de salvación! ¡Solos no podemos! ¡Tenemos necesidad de salvación! ¿Salvación de qué? Del mal. El mal obra, hace su trabajo. Pero el mal no es invencible y el cristiano no se resigna ante el mal. Y ustedes, los jóvenes ¿quieren resignarse ante el mal, las injusticias, las dificultades? ¿Quieren o no quieren? [Los jóvenes responden: ¡no!] Ah, ¡está bien! Esto me gusta. Nuestro secreto es que Dios es más grande que el mal: ¡es verdad, Dios es más grande que el mal! Dios es amor infinito, misericordia sin límites, y este Amor ha vencido el mal en su raíz en la muerte y resurrección de Cristo. ¡Éste es el Evangelio, la Buena Nueva: el amor de Dios ha ganado! Cristo murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó. Con Él podemos luchar contra el mal y vencerlo todos los días. ¿Creemos en ello, o no? [Los jóvenes responden: ¡sí!] Pero este ‘sí’ debe ir en la vida ¿eh? Si yo creo que Jesús venció el mal y me salvará, debo seguir a Jesús, debo ir por el camino de Jesús toda la vida.
Entonces, el Evangelio, este mensaje de salvación, tiene dos destinos que están enlazados: el primero, suscitar la fe, y ésta es la evangelización; el segundo, transformar el mundo según el designio de Dios, y ésta es la animación cristiana de la sociedad. Pero no son dos cosas separadas, son una sola misión: ¡llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestras vidas transforma el mundo! Éste es el camino: llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestra vida.
Miremos a Francisco: él hizo ambas cosas, con la fuerza del único Evangelio. Francisco hizo crecer la fe, renovó la Iglesia, y al mismo tiempo renovó la sociedad, la hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio, con el testimonio. ¿Saben qué cosa dijo una vez Francisco a sus hermanos? “Prediquen siempre el Evangelio y, si fuera necesario, ¡también con las palabras!”. Pero, ¿cómo? ¿Se puede predicar el Evangelio sin las palabras? ¡Sí, con el testimonio! Primero, el testimonio, luego, las palabras. ¡El testimonio!
¡Jóvenes de Umbría: hagan lo mismo! Hoy, en nombre de San Francisco, les digo, no tengo ni oro, ni plata para darles, sino algo mucho más valioso, el Evangelio de Jesús, ¡vayan con coraje! Con el Evangelio en su corazón y en sus manos, sean testimonios de la fe con su vida: lleven a Cristo a sus hogares, anúncienlo entre sus amigos, acójanlo y sírvanlo en los pobres. ¡Jóvenes: Den a Umbría un mensaje de vida, de paz y de esperanza! ¡Ustedes pueden hacerlo!